domingo, 22 de mayo de 2016

Morir a tus pies, Señor.

Hoy he visto a uno de nuestros diáconos dar su vida en el altar, sirviendo a sus hermanos. Don José, así se llamaba, era un hombre de aspecto bonachón; un jubilado del ejército, que conservaba intactas la presencia y el vozarrón de los uniformados. Él fue una de las primeras sonrisas que recibí tras mi retorno a la Iglesia, uno de los primeros que se acercaron con genuino afecto y alegría de verme rondar por la parroquia junto a mi familia. Hoy que pude palpar su muñeca sin pulso tendido en el altar, tuve la idea del honor que implica morir cumpliendo con el llamado del Señor. Sentí que ser llamado a la presencia divina mientras se preparaba la Consagración era equivalente a morir gritando el nombre de Cristo. En ese momento me convencí que su testimonio era un ejemplo para quienes, como yo, estando al servicio del Señor, a veces sentimos tedio, cansancio e incomprensión. Comprendí que Jesús no nos pide una fracción de sacrificio, sino la vida entera. Practico Judo hace ya dos décadas y hasta hace un tiempo decía que quería morir sobre un tatami, enseñando. Hoy mi postura ha cambiado, porque inspirado por el ejemplo de ese hombre, siento que la mejor manera de morir sería al servicio de mis hermanos, ayudando en la edificación del Reino de Dios. El Señor tenga misericordia de su alma y nos permita a nosotros, como él, morir a su servicio, postrados en el altar.

martes, 10 de noviembre de 2015

El dueño de la mies.

El grupo de pastoral juvenil que se me encargó dirigir ha variado inevitablemente a un grupo de catequesis de jóvenes. Y lo llamo así porque no se trata exclusivamente de muchachos preparándose para su Confirmación; en vez de eso, atiendo a jóvenes de edades variables, desde los 13 a los 17 años y de necesidades variopintas: Los hay que se preparan para la Confirmación y hay otros que no cuentan con ningún sacramento, ni siquiera el bautismo. El fenómeno que he descrito tiene su síntoma principal en la disminución del número de participantes de nuestras reuniones semanales, pues hemos pasado de atender a una treintena de jóvenes a un grupo compacto de unos diez. Al principio me sentí desorientado y desilusionado con ésto, pero he entendido que mi esfuerzo nunca será suficiente, sino que requiero invariablemente de la voluntad de Dios. Él es quien determina el camino a seguir, nuestro rol, por tanto, es discernir cual es su voluntad. En éste contexto de adaptación a la nueva realidad, decidí cambiar la estructura de nuestras sesiones, inspirándome en las experiencias de otros catequistas e incorporé la adoración al Santísimo en la parte final. El otro día tuvimos nuestra primera experiencia y debo reconocer que el efecto en los muchachos fue apreciable. Darle a un joven la oportunidad de estar frente al Señor Sacramentado, otorgándole el contexto adecuado para que le comunique en oración sincera sus miedos, anhelos y sentimientos más profundos, ha sido el bálsamo que nuestra diezmada pastoral necesitaba. Me costó, pero reconocí que, como dice la Sagrada Escritura, Él es el dueño de la mies y yo apenas uno más de los trabajadores. Es Él quien debe hablarles, conocerlos y guiarlos. Yo apenas tengo con mis propias necesidades y estaba cayendo en el pecado de la soberbia, al desconocer el enorme poder de MI Señor. Así que de ahora en más, la mitad de la clase la dictará El Señor, la parte más importante, la que va de corazón a corazón. Sea por siempre bendito y alabado el Santísimo Sacramento del Altar.

sábado, 9 de mayo de 2015

No saber qué decir.

Hoy sinceramente no sé de qué hablarles a mis dirigidos. Si bien cada sesión tiene una estructura relativamente definida, en cada una he tratado un tema referente a la educación para la fe y hoy no decido de qué hablarles. No tengo la inspiración de hace unas semanas. Así que he decidido dejarlo en manos de Dios. Él será el guionista de la sesión de hoy; él dirá que actividades llevaremos a cabo junto a los jóvenes de la parroquia hoy. Me pongo en manos de Dios para ser su instrumento e inspirar a los muchachos de la pastoral juvenil.

sábado, 4 de abril de 2015

Cuaresma.

La Cuaresma son los cuarenta días que trasncurren antes de la Pascua de Resurrección. Proviene del antiguo rito de preparación de los catecúmenos, quienes pasaban 40 días de ayuno y preparación espiritual previos a su bautismo. Hoy suena exagerada semejante preparación, pero hay que entender que se trataba de personas que provenían de culturas politeístas pre-cristianas. En lo personal, ésta cuaresma ha sido particularmente intensa, puesto que es la primera que vivo con vivencia real desde mi bautismo. Fuí criado católico, cumplí con mi formación y sacramentos de manera tradicional, hasta que con el tiempo me alejé de Dios para vagar por las tradiciones espirituales orientales, todas mezcladas: Budismo, hinduísmo, Taoísmo. Hablo de tradiciones espirituales porque no siento que sean religiones como tal, pues nunca me brindaron cercanía con Dios, consuelo, o alegría de vivir. Es por eso que desde mi retorno, hace ya unos meses, he vivido una cuaresma permanente, pues he asumido con actitud de catecúmeno mi vuelta a casa. Sintiéndome indigno es que me he volcado de lleno a mis tradiciones, a la rica cultura católica, con sus ritos, teología, olores y sabores. He pasado una larga y agotadora cuaresma, pero por fin me siento renovado en Cristo, pues mi Padre me ha recibido de vuelta en casa, a mi, que malgasté mis dones y mi vida lejos de Él. Fué Él mismo quien me trajo de vuelta, sin forzarme, pues al amarme me respeta, pero su gracia me condujo y ahora conduce mi vida y la de mi familia, que como si de extranjeros se tratara, ahora tengo que enseñarles mis costrumbres, mi idioma, mis ritos y a mi gente. Alabado sea tu Nombre, Señor Dios de Abraham, Isaac y Jacob, que en cumplimiento de tu promesa enviaste a tu Hijo unigénito para nuestra salvación eterna.

domingo, 22 de marzo de 2015

Entrega tus dolores a Dios.

Ayer fue un día intenso: Muy temprano salimos de viaje a la reunión mensual de Pastorales Juveniles del Decanato. De vuelta en casa teníamos fijada nuestra propia reunión pastoral en la tarde, por lo que en descanso fue un lujo que no me pude dar. Estoy muy interesado en trasmitir de la manera lo más fidedigna posible a los muchachos el respeto y el amor por la Eucaristía, como expresión viva de nuestra Iglesia; así que preparé una sesión muy especial, en que incluso involucré a mi esposa, que se pasó la mañana acalorada, haciendo panes ácimos para la demostración de la tarde. Mi sorpresa fue mayúscula cuando al llegar al salón solo me esperaba uno de los muchachos, que aunque enfermo, ahí estaba ávido de recibir la información que habría de compartir con ellos. Preso de la confusión y habiendo esperado un tiempo más que prudente, empaqué mis cosas y di por finalizada la sesión. Pasé a la parroquia cabizbajo, adoré al Señor, invoqué al Espíritu Santo y recé un rosario sin más intención que recibir consuelo ante semejante frustración. Comprendí varias cosas: Primero, que antes de mi conversión mi reacción hubiese sido mucho más violenta, segundo, que aun no estaba listo de corazón para dictar semejante clase y tercero, que los motivos que me afanaban eran los incorrectos. Así que puse mis dudas en manos de Dios. Hoy tras la misa, una mujer se acercó a mi esposa para comunicarle que su hija adolescente iba a asistir al grupo pastoral que lidero y eso me indicó que no podía bajar los brazos, que la entrega que Jesús nos pide es incondicional, aún ante el rechazo, porque fue Él mismo quien nos lo enseñó con su ejemplo. Poco a poco, a medida que el consuelo llega a mi corazón, voy recuperando el entusiasmo perdido en la jornada anterior y me convenzo de que no fue mi voluntad la que me puso aquí, pero si es mi voluntad quedarme. Al Señor sean el Honor y la Gloria por los siglos de los siglos, Amén.